La casa dorada

Muchos son los autores que han hablado de la relación que guarda el trasfondo mítico con la literatura. Quizás sea interesante recordar, en este sentido, las reflexiones que realizó Cesare Pavese a este respecto:

“Los lugares de la infancia vuelven a la memoria de cada cual consagrados; en ellos sucedieron cosas que los han hecho únicos y los destacan del resto del mundo con este sello mítico”. (Cesare Pavese, El oficio de vivir).

En el imaginario de cada uno de nosotros habitan los recuerdos de nuestra memoria con un trasfondo mítico inherente que quizás preconfiguran nuestro presente más inmediato.
Así, si la poesía es precisamente la búsqueda de la identidad personal, quizás sea bueno volver a esa casa dorada de la infancia para redescubrirnos en los lugares que quizás sean comunes a cada uno de nosotros.

 
“Volver
aunque sea
a la casa del dolor”.
(Cristina Falcón Maldonado).

LA CASA DORADA

Pequeños dioses poblaban esta ciudad
llena de mitos, fantasmas
el invierno, las bufandas
disfraces de bohemios sin alma
el reloj de mi abuelo
la calle como excusa
donde beber, vivir, consolarnos
los de siempre, mis amigos
vivir deprisa
-Yo sé lo que tengo que hacer, es mi vida-
el olor de la mentira la traición
quiero ir más deprisa
correr sin frenos…
yo sé lo que tengo que hacer.

“El joven poeta” me saluda,
incluso se sienta a mi mesa, come conmigo.
Algún día las musas me visitaron
con tacones y rostro de mujer
y ayer por fin asesiné la letra...
escupió negra tinta y rencor,
murió con ella el sueño, la casa llena,
la frente marchita de un tango
y unos ojos tristes
dolorosos de la vida.
Y es que sus mentiras eran dolor enquistado
contra él mismo,
un infeliz sueño del que ya nada espera.
Y mi juventud emprende camino
lejos, a otra orilla.

Porque mi juventud han sido playas del sur,
grises hostales, trenes antiguos hacia el mar
la espalda desnuda, el verano en Tarifa,
un sueño dorado
que se confundiera con el cielo.

Y hoy,
por fin hoy vuelvo a la casa
donde descansan mis recuerdos
y ella me espera
sentada con una sonrisa
para preguntarme
si tengo apetito. 

Sergio Rojas García

Euroinnova Editorial